Su vida

A lo largo de su vida, Juan Bautista Scalabrini tuvo clara su meta, el cielo, y el camino para llegar allá, la caridad. Obispo, fundador de dos congregaciones, los Misioneros y las Hermanas de San Carlos Borromeo, Scalabrini fue ante todo un hombre enamorado de Dios, capaz de ver la mirada de Jesús en los últimos de la sociedad.

Nacido en Fino Mornasco, en la provincia de Como, el 8 de julio de 1839, en el seno de una familia humilde y religiosa, fue el tercero de ocho hijos. A los 18 años, en 1857, ingresó en el seminario y, tras seis años, fue ordenado sacerdote el 30 de mayo de 1863. Su deseo era ir a las misiones, pero no se lo permitieron: comenzó su apostolado como profesor y luego rector del seminario menor de Como, cargo que ocupó hasta 1870. Ese mismo año fue nombrado párroco de la parroquia de San Bartolomé en Como. Atento a todas las cuestiones sociales, atendió personalmente a los enfermos de cólera en Portichetto, recibiendo una medalla al valor civil. En esos años Scalabrini se dio cuenta de la importancia de la educación religiosa de los más jóvenes: escribió el Pequeño Catecismo para los jardines de infancia.

Con sólo 36 años, el Papa Pío IX lo eligió obispo de Piacenza el 13 de diciembre de 1875. En su programa pastoral y en sus primeras iniciativas se puede intuir lo que sería su ministerio: cercanía al pueblo, atención al clero, enseñanza del Evangelio y caridad hacia los más necesitados. Se dedicó a la formación de los sacerdotes y de los jóvenes seminaristas; fundó las Escuelas de la Doctrina Cristiana y publicó la revista «El Catequista Católico». Fundó el Instituto para los Surdomudos confiado en 1874 a las Hijas de Santa Ana, y la Obra pro mondariso para la asistencia religiosa, social y sindical de los cerca de 170.000 emigrantes estacionales empleados en el cultivo del arroz en Piamonte y Lombardía.

Profundamente afectado por la situación de sus fieles obligados a buscar fortuna en Sudamérica y Estados Unidos, el 28 de noviembre de 1887 fundó la Congregación de los Misioneros de San Carlos Borromeo para la asistencia espiritual y material de los emigrantes. Dos años más tarde, en 1889, fundó la Asociación de Laicos «San Rafael » y en 1895 respaldó a los Misioneros con las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo. En 1901 llegó a Estados Unidos y en 1904 a Brasil para visitar las misiones de sus hermanos scalabrinianos. De regreso de su último viaje, cayó enfermo y murió el 1 de junio de 1905, fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo. El Instituto Secular de las Misioneras Seculares Scalabrinianas, fundado en 1961 en Suiza, también se inspira en él. Fue proclamado beato por el Papa Juan Pablo II el 9 de noviembre de 1997.

«Profundamente enamorado de Dios y extraordinariamente devoto de la Eucaristía, supo traducir la contemplación de Dios y de su misterio en una intensa acción apostólica y misionera, haciéndose todo a todos para anunciar el Evangelio.»

San Juan Pablo II

El obispo de todos

«No ahorraré ningun esfuerzo para hacerme padre de los desgraciados, tutor de los ignorantes, rector de los sacerdotes, pastor de todos, para ganar a todos para Cristo».

Con sólo 36 años, el 13 de diciembre de 1875, Juan Bautista Scalabrini fue elegido obispo de Piacenza por el papa Pío IX. Al principio quería rechazar el nombramiento, pero «con temor y temblor, pero resignado, me sometí al ministerio que se me impuso», escribió en su primera carta pastoral. Scalabrini fundó su ministerio, que duró 29 años, sobre dos pilares: la caridad hacia los necesitados y la difusión de la fe mediante la enseñanza de la doctrina cristiana.

Se dedicó a la formación del clero, al que reunía y encontraba periódicamente, y a los jóvenes seminaristas de los tres seminarios diocesanos. Escribió: «Considerando que la santidad del pueblo depende de la santidad de los sacerdotes, primero he dedicado de buen grado mi atención y cuidado a mis seminarios.

‘Predicar la verdad con la verdad’: se mantuvo fiel a este lema durante todo su episcopado. Conocía la importancia de la comunicación y aprovechó los medios de la época para difundir la fe en Jesucristo: en 1876 inauguró la revista mensual «El Catequista Católico». Tres años después del comienzo de su ministerio, había 4.000 nuevos catequistas en la diócesis. Por eso, el Papa Pío IX, al entregarle la cruz pectoral, le llamó el Apóstol del Catecismo.

Celebró tres sínodos diocesanos, consagró 200 iglesias y envió sesenta cartas pastorales. Pero el «más querido de los oficios», como lo llama Scalabrini, son las visitas pastorales a las 364 parroquias de su diócesis. Llegó a sus fieles, muchos de los cuales vivían en pequeñas aldeas de las montañas y laderas, viajando a lomos de una mula. Visitaba las cárceles y las guarderías. Como obispo, permanecía cerca de su pueblo, conocía sus necesidades y anticipaba sus requerimentos. No olvidó a sus misioneros y feligreses emigrados: el 18 de julio de 1901, partió de Génova para lo que fue su primera visita pastoral a los italianos en los Estados Unidos de América. El 13 de junio de 1904, completó la segunda, visitando las comunidades italianas en Brasil.

Un padre para los migrantes

«Yo mismo presencié más de una vez la salida de los emigrantes en la estación de Piacenza, y confieso que, al ver su miseria y su dolor, al pensar en los graves e innecesarios males que afrontaban, al pensar en el abandono en que quedarían sin ningún auxilio espiritual, sentí que se me apretaba el corazón, y lloré por su suerte, y decidí en mi corazón intentar algo.

De 1875 a 1915, casi 9 millones de italianos emigraron, primero a Brasil y Argentina, y luego a Estados Unidos. Scalabrini, siempre atento a las necesidades de sus fieles, estudió el fenómeno y descubrió que el 12% de sus feligreses estaban en el extranjero. Pero no se preocupaba solo de sus necesidades materiales: desarraigados de su contexto cultural, muchos inmigrantes italianos pierden la fe:

«Hace unos días, un joven viajero me trajo el saludo de varias familias de las montañas de Piacenza acampados en las orillas del río Orinoco: ‘Díganle a nuestro obispo que siempre nos acordamos de sus consejos, que rece por nosotros y nos envíe un sacerdote, porque aquí vivimos y morimos como bestias… ese saludo de los hijos lejanos me sonó a reproche’.

El paso de la compasión a la acción en el alma de Scalabrini es corto: «Recogí el grito de dolor de nuestros pobres expatriados y llamé la atención del público sobre la nefasta labor de los traficantes de carne humana».

Así empezó a pensar en una forma institucional para ayudar a los migrantes. En 1887 presentó a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide el proyecto de una asociación para la asistencia espiritual y material de los italianos en el extranjero. León XIII aprobó la institución de misioneros para los migrantes y el 28 de noviembre de 1887 se fundó en Piacenza la Congregación de los Misioneros de San Carlos Borromeo. Scalabrini decidió confiar la misión a la protección de San Carlos, el obispo milanés que salió a la calle en 1576 para consolar a los enfermos de peste, poniendo en riezgo a su propia vida.

El 12 de julio de 1888, los primeros diez misioneros partieron hacia Brasil y Estados Unidos. Además de la Congregación, en 1889 Scalabrini fundó la Asociación de Patronato para los Emigrantes San Raffaele, una institución laica con la misión de estar presente en los puertos de embarque y desembarque. De hecho, Scalabrini organiza una asistencia integral a los emigrantes, para que sus misioneros y colaboradores laicos puedan ser de ayuda y apoyo en todas las fases del proceso migratorio: en los puertos, en el barco, a la llegada a los nuevos países y en los meses siguientes, durante el periodo de adaptación. Para ayudar a los emigrantes antes de su partida, creó Comités de Emigración o Patronatos en 19 ciudades italianas.

«La obra de los Misioneros estaría incompleta, sobre todo en Sudamérica, sin la ayuda de las Hermanas«, repite a menudo Scalabrini, que en 1889 anima a Santa Francesca Javier Cabrini a ir a América y le regala el crucifijo de Codogno. Finalmente, el 25 de octubre de 1895 fundó también la Congregación de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo.

Scalabrini visitó a misioneros y emigrantes en Estados Unidos en 1901 y en Brasil en 1904. Sugirió a San Pío X la creación de un organismo en la Santa Sede para la atención de todos los emigrantes del mundo, sugerencia que el Santo Pontífice puso en marcha con la creación de la Oficina Especial para la Emigración, precursora del actual Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes.

Como dijo de él el beato Giuseppe Toniolo, Scalabrini tenía «la intuición de lo que vendría». A lo largo de su vida, caminó con humildad, con una mirada clarividente, dejándose interpelar por la humanidad migrante, convencido de que Dios actúa en la historia con ellos y a través de ellos con infinito amor de Padre.

Construyendo el futuro
con migrantes y refugiados

Señor, haznos portadores de esperanza,
para que donde haya oscuridad, reine tu luz,
y donde hay resignación, renazca la confianza en el futuro.

(Papa Francisco)