Stella Maris, la red Scalabriniana de ayuda y apoyo a las y los trabajadores del mar
¿Qué pasaría si una mañana se detuvieran los barcos que transportan el 90% de las mercancías del mundo? El padre Paulo Prigol, misionero Scalabriniano, no duda: «Nuestro mundo se volvería loco. Les debemos mucho a los marineros y pescadores que cada día nos permiten tener todo lo que queremos en nuestras mesas». Un trabajo difícil y peligroso que pone a prueba la salud física y mental. Lo saben muy bien los Misioneros Scalabrinianos, que desde hace más de cien años trabajan junto a los marinos con Stella Maris, una red de apoyo y asistencia espiritual, presente en 300 puertos de 54 países del mundo.
Este ministerio de presencia tiene sus raíces en los orígenes de la Congregación Scalabriniana, cuando San Juan Bautista Scalabrini envió a sus misioneros a los puertos para acoger a los emigrantes italianos. El padre Paulo es capellán del centro Stella Maris de Manila y coordinador general del apostolado en Asia: «Tenemos 700.000 marinos en Filipinas y en nuestro centro asistimos a 200 de ellos cada día. Además de la orientación espiritual, ofrecemos alojamiento, comida y asesoramiento jurídico. Muchos llegan aquí sin documentos y pueden caer en la red de la trata de personas. También comprobamos si sus contratos de trabajo están en orden. Cuando salen de nuestras puertas, estamos seguros de que tienen un trabajo o están a punto de regresar a sus países. Lo más bonito de lo que hacemos es ver la alegría de un hombre o una mujer que nos dice: ‘Por fin tengo un trabajo y puedo mantener a mi familia’. Esta es nuestra misión como Scalabrinianos».
Los voluntarios y misioneros de los centros Stella Maris mantienen una relación con los marinos incluso cuando están de viaje. «Tenemos una lista de personas que han pasado por nuestros centros y les enviamos algo que creemos que les va a ayudar: un pasaje del Evangelio, una reflexión. Son pensamientos que para un marino lejos de casa pueden marcar la diferencia», continúa el padre Paulo.
«Tengo en mi corazón a un chico que vino del sur de Filipinas y quiso ser marinero para ayudar a su familia. Se quedó con nosotros durante tres años porque no pudo encontrar trabajo. Durante todo este tiempo, hemos intentado transmitirle esperanza, más que todo. No sólo pensamos en sus necesidades materiales, sino que animamos a estas personas, les decimos: ‘no te rindas, tienes una familia’. Como un padre que cuida de sus hijos. Hoy este chico se ha convertido en un hombre de 39 años y trabaja como marinero por toda Europa. Todavía nos escribe».
Este verano, la red Stella Maris lanzó la campaña » No shipping, no shopping” [Sin barcos no hay compras] para agradecer a los marinos su valioso trabajo. «Miramos lo que compramos: viene de todos los rincones del mundo. Pero detrás de esa mercancía, hay alguien que la transporta hasta nosotros. Imagine que esta persona deja su país, su familia, y hace este trabajo durante 18, a veces 24 meses. No creo que la sociedad sea consciente de los sacrificios que hacen los marinos y los pescadores. Durante la pandemia los aviones se detuvieron, pero el mundo marítimo no. La guerra en Ucrania y el bloqueo de los barcos de grano durante semanas es una trágica demostración de la importancia del transporte marítimo.
La red Stella Maris también está implicada en la defensa de los derechos de los trabajadores, nos dice el padre Bruno Ciceri, responsable del Apostolado del Mar dentro del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que lleva años luchando por el rescate de los pescadores asiáticos. «Son esclavos que pasan más de cinco, seis años a bordo de barcos de pesca de 30 metros sin tocar nunca tierra. Por no hablar de los riesgos que corren al navegar: hace dos años un barco que transportaba 5.000 vacas de Nueva Zelanda a China se topó con un tifón y se hundió. Había 43 personas a bordo, dos se salvaron. Lo más trágico fue que el gobierno neozelandés impuso el cese de la exportación de vacas no por la muerte de 41 marinos, sino por la pérdida de 5.000 vacas. El beneficio vale más que la vida humana».
Los marinos y los pescadores también sufren la soledad. «La principal necesidad es siempre el contacto con sus familias. Con la pandemia, nuestro ministerio de presencia física se convirtió en un ministerio de presencia virtual. No podíamos subir a bordo, las fronteras estaban cerradas y unos 400.000 marinos estaban varados en los barcos. Muchos de sus familiares estaban enfermos de covid y no podían hacer nada, ni siquiera podían asistir a los funerales. Esto creó mucho dolor y estrés psicológico», continúa el padre Bruno. La red Stella Maris creó la aplicación «Chatea con un capellán»: «En cualquier latitud y en cualquier momento pueden llamarnos y hablar con nosotros. Les escuchamos, rezamos con ellos y esto les ayuda a afrontar otro día en el mar. Nuestro modelo es Scalabrini: este obispo que, al ver a sus feligreses partir en busca de trabajo, quiso que no se quedaran solos. Hemos respondido a este llamade y tratamos de estar al servicio de todos, somos samaritanos del mar».
Para el padre Paulo, «la belleza de este trabajo es poder ver a Dios en las personas que encontramos. No les preguntamos de qué religión son, pero les hablamos de valores y les retamos a mantenerlos en el tiempo. Servir a los emigrantes, a los marineros y a los pescadores te permite ver a un Dios que se mueve. Hoy está ahí, mañana se ha ido. Es un Dios itinerante, como Jesús, que nunca se quedaba en un lugar. Sin embargo, podemos seguir el camino que toman. Nosotros formamos parte de ese camino: caminamos con ellos y con Dios, que siempre los guía».