«No sé cómo habría sido mi vida si no hubiera venido aquí». Precious tiene 23 años, viene de Nigeria y es madre de una niña de tres años. Desde octubre, vive en la Casa Scalabrini 634, sede en Roma de la Agencia Scalabriniana de Cooperación y Desarrollo, donde los trabajadores y voluntarios de los Misioneros Scalabrinianos acogen a familias y jóvenes refugiados en régimen de semi-autonomía. «Las otras instalaciones no acogen a los hombres. Aquí he podido reunir a mi familia», continúa Precious, que sueña con convertirse en una trabajadora socio-médica y ahora está siguiendo un curso profesional.

Rita Urbano, directora de la ASCS, nos cuenta: «Decidimos abrir la Casa Scalabrini 634 en 2015 porque nos dimos cuenta de que había una falla en la acogida de migrantes en Italia. Muchas personas, una vez obtenidos sus documentos y salidas de los centros, no estaban preparadas para la autonomía, para tener un hogar. Aquí les permitimos ahorrar dinero, les ayudamos a reunirse con sus familias, a encontrar un trabajo mejor, a pagar la caparra para alquilar un apartamento». En siete años, se han acogido 250 familias y jóvenes refugiados.

Hacia la autonomía

Mamadou

Actualmente viven allí 25 personas, repartidas en apartamentos, por un periodo máximo de un año. «Son personas de todo el mundo. Inclusive hemos acogido a mujeres ucranianas con sus hijos que han huido de la guerra», continúa Rita. Los operadores y los misioneros scalabrinianos ayudan a estas personas a alcanzar la autonomía económica y laboral mediante proyectos personalizados. Son muchos los cursos gratuitos que organizan los más de 70 voluntarios de la red Scalabriniana: desde informática hasta permiso de conducir, desde inglés hasta lengua italiana, desde radio web hasta sastrería. Pero la primera autonomía es aquella relacional: «Creamos una red de relaciones, para que la gente, incluso en el futuro, si tiene un problema, sepa con quién contar y que no está sola».

Mamadou, un joven de Gambia, cuatro años después de entrar en la Casa Scalabrini, vuelve regularmente para echar una mano y participar en los eventos y fiestas que se organizan: «En este lugar me he sentido querido». Mamadou dejó a su familia cuando sólo tenía 15 años: abandonó Sudán y se quedó atrapado en Libia durante dos años. A los 17 años, consiguió embarcarse en un bote improvisado para llegar a Italia: «Cuando estás dentro del bote piensas que en un segundo puedes caer al mar y morir. Fue muy difícil». Tras llegar a Sicilia, fue huésped de algunos centros de primera acogida, hasta que llegó a Roma, a la Casa Scalabrini. «Aquí conocí a los amigos con los que vivo hoy. Pero, sobre todo, asistí a un curso de edición de vídeo y descubrí que ésta es mi mayor pasión: mi sueño es ser periodista y realizador de vídeos».

Un museo al aire libre sobre la migración

Casa Scalabrini Museo

Casa Scalabrini Museo

En la Casa Scalabrini también se crea belleza: en junio se inauguró un Museo de Arte Urbano sobre las Migraciones, el M.A.U.Mi, una iniciativa del Ecomuseum Casilino ad Duas Lauros, promovida en colaboración con la Agencia Scalabriniana de Cooperación al Desarrollo y la Fundación Centro Studi Emigrazione de Roma. El proyecto consiste en la creación en el muro del jardín de la Casa Scalabrini 634 de 10 obras de arte callejero que contarán la historia de las migraciones en Roma. «Intentamos establecer redes con otras realidades y con el barrio. Nos hemos dado a conocer despacito: limpiamos el barrio, organizamos eventos y demostramos así que es ante todo un lugar de encuentro. Queremos que venga el mayor número posible de personas y que los niños salgan al barrio», explica Rita.

Siguiendo las enseñanzas de Juan Bautista Scalabrini, la Casa Scalabrini 643 de Roma se ha convertido en un lugar de acogida y encuentro, donde los refugiados pueden comenzar su vida y ser parte integrante de la sociedad. «Lo más bonito es marcar la diferencia para alguien a nuestra pequeña manera, construir belleza y relaciones», concluye Rita.