El sueño de scalabrini todavía es posible. El testimonio de Alan
Mi nombre es Alán Sainz Sánchez, nací en un pequeño pueblo llamado Aculco, México. Llevo cinco años viviendo en Stuttgart, Alemania, y estoy haciendo doctorado en Ciencias Agrícolas y Animales en la Universidad de Hohenheim; soy médico veterinario y mi especialidad es la nutrición animal.
En 2018, al final de la celebración eucarística en la iglesia de San Antonio, donde se celebra una misa dominical en inglés, me encontré con dos Misioneras Seculares Scalabrinianas, una de origen italiano, Lorella, y otra de México, Claudia. Tras presentarse y contarme brevemente quiénes eran, me invitaron a participar en la «Oración de los Continentes» en el Centro de Espiritualidad con el Padre Gabriele Bortolamai como guía. Tengo muy buenos recuerdos de mi primera visita al Centro, porque me recibieron con gran amabilidad y una alegría contagiosa.
Conocer el rostro de Scalabrini
Fue a través de esta primera reunión de oración en el Centro de Espiritualidad que conocí el rostro de J.B. Scalabrini. Participé de buena gana porque me atrajo mucho la alegría, la apertura, la paciencia y la gran voluntad de ayudar que se vivía en esos momentos. Veo en ello un reflejo de la espiritualidad de Scalabrini y estoy seguro de que era un hombre de una paciencia inagotable, de un corazón dispuesto a escuchar y a ayudar sin prejuicios a personas tan necesitadas de Cristo como los emigrantes. Su amor al servicio es una de sus cualidades que más admiro. Es emocionante ver cómo se comprometió con los migrantes.
Recuperar la dignidad del ser humano en Cristo
Soy un emigrante, pero entre los emigrantes me considero muy afortunado; a pesar de las dificultades a las que me he enfrentado, no puedo compararme con los que han tenido que emigran o huyen de sus hogares a causa de la guerra, la persecución política y religiosa. Los migrantes vivimos cada uno una realidad diferente; algunos sufren más que otros, pero todos nos movemos hacia los mismos objetivos: encontrar la posibilidad de «ser», recuperar nuestra dignidad como seres humanos y el deseo de vivir. El beato Scalabrini comprendía muy bien estos objetivos y sabía que el único que puede garantizarlos plenamente es Cristo.
Sólo Cristo nos da la oportunidad de vivir dignamente y de «ser», alimentando el espíritu con su palabra y mediante el amor. Aprendí de Scalabrini que Dios dio al hombre la oportunidad de vivir en el mundo y, por tanto, todos somos ciudadanos del mundo. Fue el hombre quien creó las fronteras, pero todos deberíamos ser libres de pasear por el mundo que Dios nos ha dado
Hijos amados de un único Padre
Creo que una única patria constituida por el amor de Cristo sea posible, porque todos somos hermanos; y aunque tengamos la piel de distinto color, hablemos distintas lenguas, tengamos distintas religiones, todos estamos unidos por el amor de Dios. Aunque no es fácil entender que pertenecemos a una sola patria, creo que los seres humanos debemos ver a los demás como nuestros hermanos, como criaturas de Dios. No debemos mirarnos con los ojos del mundo, sino cultivar el amor incondicional que nos da Cristo y que Scalabrini siempre llevó adelante en su misión.
Lo que creo y lo que me motiva cada día es que Dios está siempre aquí, como un buen padre, para escuchar nuestras necesidades y ayudarnos. Nunca estamos solos, Dios se hace presente a través de nuestros hermanos y hermanas, y siempre habrá alguien que nos ayude a seguir adelante. Al mismo tiempo, nosotros mismos debemos ser una ayuda para nuestros hermanos. En este Año Scalabriniano, pido a Dios que el mensaje del Beato Scalabrini se difunda cada vez más y, sobre todo, que el Espíritu de Dios nos dé la sencillez y la sensibilidad para comprender a los emigrantes, para volvernos hacia ellos y no quedarnos como espectadores, sino «poner manos a la obra» y servir. Para mí, el beato Scalabrini es un gran ejemplo de santidad, por lo que estoy seguro de que Dios mostrará grandes maravillas a través de él.