Giulia Civitelli, Misionera Secular Scalabriniana y médico en la estación Termini en Roma

Cada día Giulia Civitelli, misonera secular scalabriniana y médico, se dirige al Centro de salud de la Caritas Diocesana de Roma, en la estación Termini donde, junto con trabajadores y voluntarios, encuentra y trata de hacerse cargo de personas sin hogar, migrantes sin permiso de residencia y en condiciones de marginalidad social, solicitantes de asilo y refugiados.

«Todas las veces que en la noche me arrodillo para cerrar con el candado la puerta del ingreso principal del Centro de salud, me vuelve a la mente el Beato Juan Bautista Scalabrini, cuando hablaba de arrodillarse delante del mundo para suplicar como una gracias el permiso de hacerle el bien», cuenta Giulia. 

«Mientras bordeo el complejo de la estación Termini pienso en los caminos infinitos y crativos del Señor que me han llevado a conocer a la persona y a la espiritualidad de Scalabrini y a convertirme en una misionera secular scalabriniana».

Giulia era todavía una estudiante de medicina cuando llegó por primera vez al Centro de salud como voluntaria. «Buscaba una experiencia de servicio y de encuentro con las personas y sin saberlo estaba moviendo mis pasos en un camino que me habría llevado a encontrar a un Dios vivo, pensonal y cercano, el Dios de Jesús Cristo, y a descubrir mi vocación». Las Misioneras Seculares Scalabrinianas siguen el carisma del beato Juan Bautista Scalabrini y tienen como misión vivir la consagración secular en los caminos de los éxodos de los migrantes. Sin signos externos que las diferencien, trabajan y desarrollan sus professiones en los ambientes y contextos más diversos de la sociedad para transformar desde dentro cada realidad, sobretodo la migratoria, y convertirla en experiencia de acogida y comunión entre las diversidades. «Cuando llegué al Centro de salud como voluntaria conocí a Bianca, una misionera, y el encuentro con esta comunidad, con su alegría de vivir juntas en el camino del Evangelio entre personas de diferentes procedencias, fue para mí una verdadera revelación. Me quedé fascinada por una vida donada totalmente a Dios y gastada a servico de los migrantes y de los jóvenes. Sentí que el Señor estaba tocando suavemente y con decisión a mi puerta preguntandome: «¿vienes también? ¿Quieres seguirme? ¿Aquí en este carisma, con estas personas?». El temor era grande, pero crecía rapidamente también la alegría , una alegría que solo Dios puede donar y a la que no se puede resistirse».

Giulia dio su sí a Dios y hoy dirige el Centro de salud de Caritas. «Asistimos sobretodo a migrantes sin permiso de residencia, pero hay también un porcentaje de italianos. Gracias a un centenar de voluntarios, médicos y enfermeros, logramos cuidar en un año a más de 2000 personas procedentes de más de 90 Países diferentes. Estamos abiertos todas las tardes. Nuestras puertas no se han cerrado ni con la pandemia». Una elección difícil, pero necesaria. «No podíamos dejar solas las parsonas en la calle. No ha sido fácil porque nos decían que eramos causa de difusión del virus. Después el tiempo nos dio razón».

Durante el confinamiento el Centro de salud fue uno de los pocos servicios sanitarios que quedaron abiertos, punto de referencia para los que vivían en condiciones de alojamiento precarias o en la calle. «Pilo es un migrante albanés sin hogar. Una tarde acudió con nosotros diciendo que su hermano se habia sentido mal y lo habían llevado al hospital. Vivían en simbiosis desde 10 años en los parques y en las calles de Roma y Pilo no sabía más nada del él. Lamentablemente después de algunos días supimos que Darin había fallecido por causa de una neumonía Covid. Junto con los colegas comunicamos la noticia a Pilo y desde aquel momento nos hemos convertido aún más en su familia. Pilo conoce la Biblia y cuando viene al Centro de salud cita los versiculos del Evangelio, mientras se pregunta porque en el mundo hay tantas injusticias y tanto dolor. Hace unos días me dijo: «Nosotros que vivimos en la calle somos muertos que caminamos, no contamos nada, vivimos como animales«.

Otra historia que Giulia lleva en el corazón es la de Stefi, migrante albanés, que llegó a Italia después de la muerte de sus papás y de su hermana. Licenciada en economía, fue acogida en un centro de Caritas. Allá conoció a Juan, un migrante peruano con ciudadanía italiana. «Se enamoraron a pesar de la diversidad, ella musulmana y él católico. Decidieron casarse por lo civil y fueron a vivir en un edificio ocupado. Stefi nunca tuvo papeles porque según la ley Juan no podía lograrle el permiso de residencia. Ella era paciente en el Centro de salud y a menudo venía por un fuerte dolor en la espalda, que después se descubrió ser causado por las metástasis de un tumor de mama en estado avanzado. Juan la cuidaba con un amor inmenso, nunca la dejaba sola. Venía con nosotros para recibir los medicamentos que servían para ella. Al final fue hospitalizada y después la pasaron a una clínica para pacientes terminales. Una vez, ientras se encontraba en la capilla del hospital, tuvo una experiencia de oración muy fuerte y decidió hacerse católica. Fue bautizada, recibió la comunión y la confirmación en el cuarto del hospital». Juan y Stefi decidieron también casarse en la capilla del hospital donde habían hospitalizado antes a Stefi. «Fue una ceremonia conmovedora», comenta Giulia, madrina de boda junto con Salvatore, responsable del Area Sanitaria de Caritas. Las cosas parecían ir mejor y Stefi fue dada de alta. «Quería estudiar y ser trabajadora social. La enfermedad, sin embargo, seguía ahí, y después de 9 meses de haberse casado Stafi nos dejó. Nunca la vamos a olvidar, recibimos mucho del testimonio de esta mujer que creyó en la vida hasta el final, también cuando el diagnostico no le dejó posibilidad de salida. La pasada semana encontré de casualidad a su esposo y me dijo: «Para mí siempre habrá ella y tan sólo ella, simpre le digo que me espere porque tarde o temprano llego».

Para Giulia y sus colegas no faltan los momentos difíciles delante de esta humanidad que sufre. «Las situaciones en las que sentimos impotencia son muchas, por ejemplo cuando encontramos a personas sin papeles con adicciones y problemas de salud mental. Por un lado, no está sencillo hablar con estas personas y proponerles seguir un tratamiento y, por el otro lado, seguido no hay servicios que se hagan cargo de ellos. El pasado mes de octubre hemos acompañado al hospital un chico del norte de Africa, adicto a los medicamentos, autodestructivo. Nos quedamos varias oras con él esperando que lo hospitalizaran, pero al final lo despidieron. Lamentablemente para este tipo de pacientes rara vez hay lugares disponibles en el hospital, tampoco cuando sería necesario…

«Delante del dolor no queda que acogerlo, compartir», explica Giulia, «y volver a inciar cada mañana desde la oración, desde la escucha de la Palabra, desde la Eucaristía, como nos enseñó Scalabrini. Agradezco al Señor por esta familia misionera que en las situaciones de cada día intenta ofrecerle espacio al don de la comunión entre las diversidades». El 9 de octubre el Papa Francisco proclamará Santo a Scalabrini: «Es significativo que en este tiempo en el que las migraciones son tan actuales, el Pontifice se interese tanto por la vida de los migrantes. Scalabrini es un modelo: con su vida nos ha enseñado cómo es posible dejar vivir en nostros a Jesús Cristo, dejarlo amar en nostros, dejarlo actuar continuamente, ‘pudiendo él solo reconciliar la tierra con el cielo’, decía. Y esto es lo que buscamos hacer también nosotras en nuestra misión a lado de los migrantes», concluye Giulia.