«Caminar de la mano de Dios»: la historia de María, joven madre y refugiada
«Cuando llegué a Guatemala, tenía 25 años, estaba embarazada y tenía un hijo pequeño». María (*) es una joven de un país centroamericano, uno de las muchas personas refugiadas que se ven obligados por la violencia a huir y buscar asilo en otro país cada día. Muchos llegan a Guatemala y luego continúan su viaje hacia México y Estados Unidos. María se quedó en Guatemala.
«Me fui con el padre de mis hijos, pero luego nos abandonó», continúa. «No tenía papeles, así que me resultó muy difícil encontrar un trabajo. Empecé limpiando para una señora, luego tuve que vender caramelos y chicles en la calle, como hace mucha gente aquí para sobrevivir. Siempre le pedí a Dios que no me abandonara y que no dejara que acabara durmiendo en la calle. No había nadie que me ayudara. Estaba deprimida y era incapaz de cuidar de mi hijo. El embarazo fue muy difícil porque no comía, no tenía fuerzas, me estaba deshidratando. Llegué al punto de querer quitarme la vida y una vez incluso lo intenté».
Fue entonces cuando María conoció a los Misioneros Scalabrinianos, que llevan en Guatemala desde 1992, en la ciudad de Tecún Umán, en la frontera con México, atendiendo a migrantes y refugiados. Aquí se encuentra una de las 27 casas de migrantes que han abierto en el mundo: un lugar seguro donde las personas que llegan encuentran una comida caliente y una cama para descansar. Pero eso no es todo: los padres y voluntarios ofrecen asistencia jurídica, médica y psicológica. Los que deciden quedarse en el país reciben ayuda en la búsqueda de empleo y en la formación profesional. En la capital, a los Scalabrinianos también se les ha confiado la Oficina de la Pastoral de la Movilidad Humana. Fue aquí donde el padre Matteo Luisón, misionero Scalabriniano y director de esa oficina, conoció a María en 2019. Recuerda su encuentro con María: «Estaba enferma, física y psicológicamente. La remitimos a un centro de tratamiento para que pudiera recuperarse. Cuando estuvo mejor, la ayudamos a encontrar un hogar donde pudiera quedarse con su familia. Recibió asistencia jurídica para obtener documentos. Intentamos apoyarla en este recorrido pagando el alquiler del apartamento, los muebles, la comida y la atención médica», recuerda el padre Matteo. «Su vida ha estado llena de sufrimiento, incertidumbre, pero también de esperanza. Ha estado en el umbral de la muerte, pero ha sabido reconocer la mano de Dios, que siempre ha estado ahí, compartiendo con ella los días más amargos».
Hoy María trabaja y ha empezado una vida: «A pesar de las dificultades y los contratiempos, puedo decir que soy una mujer feliz. Soy migrante y refugiada y quiero decirles a los que han estado en la misma situación que yo que hay que seguir luchando porque Dios nos da el valor y la fuerza para superar estos momentos. Quiero animarles porque sé lo que significa sentirse perdida y sola. Cuando tuve que separarme de mis hijos para curarme, fue un momento muy doloroso. Pero la depresión y todo lo que pasé para salir de ella me hicieron una mujer más fuerte. El día en que los misioneros del Ministerio de Movilidad Humana llegaron a mi vida es uno de los mejores recuerdos que tengo», dice.
«Mis hijos son el motor de mi vida. Me dicen que les va bien, que me ven feliz y eso me anima. Sueño con abrir un día un restaurante con ellos y manejarlo juntos. A veces tengo miedo de que su padre vuelva y quiera quitármelos. Otras veces, tengo miedo de decepcionar a mis hijos, pero camino de la mano de Dios con confianza, con paz en mi corazón y mirando la luz que Él pone en nuestros caminos».
(*) Tratándose de una refugiada, el nombre ha sido mudado y algunos detalles omitidos, para preservar su privacidad y seguridad.